Son muchas las leyendas que tiene la hoja de coca, lo cual da testimonio de su gran importancia dentro de la cultura andina. La planta representa un don de los Dioses, en donde los hombres aliviaban algunos de sus estados que provocaban el sufrimiento.

El oro verde de los andes

Antes de morir Kjanachuyma, torturado y maltratado por los españoles, el viejo adivino que estaba por orden del Inca al servicio del templo de la isla del sol reunió a sus hermanos y les dijo: Hijos míos, voy a morir, pero antes quiero anunciarles lo que el sol, nuestro amo, ha querido de su bondad concedernos por intermedio mío. Suban al cerro próximo, encontraran una planta de hojas ovaladas, cuídenlas, cultívenlas con esmero porque en ella tendrán alimento y consuelo. En las duras fatigas impuestas por el despotismo de los blancos, masquen esas hojas y tendrán nuevas fuerzas para el trabajo. En los desamparados e interminables viajes a los que obligue el blanco, masquen esas hojas y el camino se hará breve y pasajero. En el fondo de las minas donde les entierre la inhumana ambición de los que vienen a robar el tesoro de nuestras montañas, cuando se hallen bajo la amenaza de rocas prontas a desplomarse, el jugo de esas hojas los ayudará a soportar esa vida de oscuridad y terror.

En los momentos en que su espíritu melancólico quiera fingir un poco de alegría, esas hojas adormecerán su pena y les dará la ilusión de sentirse felices. Cuando quieran escudriñar algo de su destino, un pedazo de esas hojas lanzadas al viento les dirá el secreto que anhelan conocer.

Y cuando el blanco quiera hacer lo mismo y se atreva a utilizar esas hojas les sucederá todo lo contrario. Ese juego que para ustedes será la fuerza y la vida, para los blancos será solo vicio repugnante y degenerado; mientras que para ustedes será un alimento espiritual, a ellos les causará idiotez y locura.

Hijos míos no olviden cuánto les digo cultiven esa planta, es la preciosa herencia que les dejo, cuiden que no se extinga y consérvenla y propáguenla entre nuestros hermanos con veneración y amor.

Leyenda Inca: el regalo del sol

Cuenta la leyenda que durante el reinado del lnca Atahuallpa, el sumo sacerdote y el depositario del tesoro del templo del Sol, en la isla de Titicaca, era un viejo sabio y adivino llamado Khana Chuyma. Por aquel tiempo llegaron a estas tierras los conquistadores españoles, ávidos de oro, quienes sometieron indios, profanaron dioses y saquearon templos. Resuelto a impedir que el oro sagrado del Sol caiga en manos del invasor, Khana Chuyma lo escondió en un lugar secreto a orillas del Lago, y diariamente subía a una altura para escudriñar si se aproximaban las huestes de Pizarro. Un día las vio venir a lo lejos. Sin perder un instante, arrojó todo el tesoro a lo más profundo de las aguas.

Enterados de lo ocurrido, los españoles prendieron al viejo sacerdote para arrancarle a viva fuerza el secreto de las riquezas perdidas. Khana Chuyma soportó estoicamente los más crueles tormentos, sin que una sola palabra saliera de sus labios. Cansados sus verdugos de torturarlo inútilmente, lo dejaron moribundo en un campo, En medio de su dolorosa agonía, esa noche Khana Chuyma tuvo una visión, en donde el dios Sol se le apareció resplandeciente tras una montaña y le habló así:

«Hijo mío, tu heroico sacrificio para salvar los objetos sagrados merece recompensa. Pídeme lo que quieras, que te será otorgado».

«Oh dios amado, qué otra cosa puedo pedirte en esta hora de duelo y derrota sino la redención de mi raza y la expulsión de los invasores»

«Lo que tú me pides, respondió el Sol, es ya imposible. De nada vale mi poder contra estos intrusos. Su dios me ha vencido y yo también debo huir a esconderme en el misterio del tiempo, pero antes de partir quiero concederte algo que está dentro de mis facultades».

«Ya que es imposible devolver la libertad a mi pueblo, al irnos te pido, padre mío, algo que lo ayude a soportar la esclavitud y las penurias que le esperan; algo que no sea oro, riqueza, para que la codicia del invasor no se lo debata. Te pido un consuelo secreto que dé a los míos la fuerza para sobrellevar los trabajos, los vejámenes y las humillaciones que sus opresores les impondrán»

«Concedido, dijo el Sol, Mira a tu alrededor ¿ves esas plantas de hojas verdes y ovaladas que hice brotar? Di a los tuyos que las cultiven con todo cuidado y que sin lastimar sus tallos arranquen las hojas, y después de secarlas, las mastiquen…

El Jugo de esas plantas será un bálsamo para sus sufrimientos. Al mascar las hojas juntos, compartirán todos ustedes momentos de confraternidad y alegría solidaria. En los duros trabajos que deberán acometer, esas hojas les quitarán la fatiga y les darán nuevos bríos. En los largos viajes por las punas inclementes, la coca aliviará del hambre y del frío y les hará más llevadero el camino. En las minas, que sus nuevos amos les obligarán a laborar, no podrán soportar la fetidez, la oscuridad y el terror de los profundos socavones sino con la ayuda de la coca.

Cuando deseen indagar en el futuro incierto, un puñado de esas hojas lanzado al azar les revelará los misterios del destino. Pero estas hojas que para ustedes significan la salud, la fuerza y la vida, están malditas para los opresores. Cuando ellos se atrevan a utilizarlas, la coca los destruirá, pues lo que para los indios es alimento divino, para los blancos será vicio degradante que inevitablemente les producirá el envilecimiento y la locura.

Esta planta sagrada es el legado que les dejo. Cuiden que no se extinga y hagan buen uso de ella».

Leyenda de Bolivia: Coca era una hermosa mujer 

Coca era una joven india, bellísima, que vivía en una aldea de la región de Collasuyo. Dicen que su rostro no tenía la mínima peca y su cutis terso como la cáscara de los frutos, lucía el color moreno de la miel.

Coca era vanidosa, risueña y egoísta; no tomaba en serio la vida y su afán era bailar y divertirse. Se burlaba de cuanto varón se le acercaba a pedirla como esposa. Se reía de todos y las penas nunca habían ensombrecido sus días que eran de constante alegría. Se levantaba con el alba, cantando a coro con los chiwancos; recogía flores de ulalas o de chinchirkoma para prenderse en el pecho o entrelazar en sus negros cabellos, tan negros como una noche sin luna […]. Las pallas, princesas del Imperio, celosas miraban acrecentar cada día la belleza de Coca, y no les gustaba que hasta el hijo del Inca dijera requiebros a la joven que no era princesa, sino la hija de un buen vasallo.

Coca se burlaba del amor de los hombres; unas veces los dejaba locamente enamorados; otras, con el talento embotado cuando ellos no escogían truncar sus vidas en los despeñaderos. El llanto cundía y las quejas innumerables se elevaban al Inca, quien una tarde llamó a sus amautas más conspicuos para exponerles el problema.

 

Coca -les dijo- es el motivo de pesadumbre entre mis vasallos, por ella, la tragedia ingresa a los hogares, su extrema belleza es sinónimo de desgracia o luto. ¡Oh, queridos amautas! Os he llamado para que me aconsejéis que debo hacer, porque ya me encuentro ofuscado y no atino.

Los amautas escucharon contritos y respetuosos las palabras del Inca; luego se retiraron a observar el movimiento de los astros, y después de interpretar en mil fetiches, abalorios, y descubrir premoniciones, volvieron a presentarse al Inca, llevándose la respuesta:

¡Gran Señor de estos reinos! Amo y dueño de nuestras vidas. Hemos observado los astros y las vísceras de varias llamas blancas. Todo nos da señales inequívocas de que Coca es el principio de mayores desgracias en tu Imperio. Sólo su muerte puede detener la tragedia que se avecina.

Se hizo un silencio sepulcral en la inmensa sala del trono… El más anciano de los amautas, previniendo duda en la resolución del Inca, postrado ante los pies de él, refrendó el pedido:

Es necesaria la muerte de Coca- rogó-, su cuerpo debe ser cuarteado y los restos sepultados en los distintos jardines de los adoratorios. Las señales nos avisan que de allí brotarán unas plantas, cuyas hojas siempre serán para nuestra raza, paliativo en sus desgracias.

El Inca escuchó taciturno la inconmovible decisión de sus amautas y mandó aprehender a Coca y luego sacrificarla en medio de solemnes ritos. Sus restos cuarteados se enviaron a diferentes regiones del Imperio y fueron enterrados en los lugares sugeridos por los sacerdotes. Más tarde, ellos mismos observaron que en cada lugar de entierro, brotaba un arbusto muy verde, de bellas hojas ovaladas, a las que llamaron coca, en recuerdo de la sacrificada.